Esperanza - Capítulo I

Parecía mentira lo que su corazón sentía. Cuando recordaba su cara… esa tez tan marcada, morena y esos ojos azules cielo… cristalinos que tantas cosas había vivido, que tanto le seguían diciendo cuando miraba su fotografía. Había quedado con ella en apenas una hora y no sabía que ponerse.

Abrió la puerta del armario y vio lo de siempre. Nada de lo que tenía era suficiente para ella, no era suficiente para él. Rebuscó entre los cajones y todos los pantalones que encontró estaban demasiado corroídos por el tiempo y las experiencias. La verdad es que era ropa con personalidad, su personalidad.

Al final, decidió ponerse la camisa blanca con rayas verdes (es la que llevó en el bautizo de su primer nieto), los zapatos negros de la boda de su hija y seleccionó los pantalones de pana verdes… los que tienen un pequeño agujero en la rodilla… ese agujero se lo hizo aquella vez que ella resbaló y cayó en la acera. Llovía aquella tarde e iban los dos bajo el paraguas negro con un pequeño ribete marrón que bordeaba las varillas plateadas que compraron hacía unos años en su primer viaje a Viena. Cuando bajó rápidamente a socorrerla su rodilla derecha apoyó encima de una china y sintió un leve pero punzante dolor pero como se rieron.

Tenía que afeitarse, no podía ir con esa barba de varios días. Rebusco en el cajón del mueble del baño su vieja cuchilla, cogió el jabón en barra, la brocha y comenzó a echarse la espuma por la cara. El olor del jabón penetraba en sus orificios nasales haciéndole recordar tiempos pasados mejores, mucho mejores. Sentía nostalgia de lo antiguo, de lo verdadero… de las emociones pasadas y… de los labios de ella besándole el cuello mientras se afeitaba. Pero hoy se iban a ver y eso le reconfortaba. Pasaba la cuchilla por su cara y la aclaraba bajo el grifo. Cada dos o tres pasadas, pegaba un pequeño golpe con ella en el lavabo que acompañaba al sonido del agua desbocada emitiendo una sintonía digna de elogio. Al terminar colocó con sumo cuidado la cuchilla en el armario superior… no quería volver a perderla de vista.

Abrió el grifo de la ducha y en poco tiempo una pequeña niebla había cubierto por completo el baño. Miro hacía el espejo completamente lleno de vaho y con uno de sus dedos escribió “por ti, siempre”. Mientras lo leía una y otra vez, una sonrisa asomaba en su cara mientras contemplaba como unas pequeñas gotas caían entre las letras dirigiéndose lentamente hasta el final del espejo sabiendo que ahí estaba su fin.

Se metió en la ducha y el agua caliente recorrió todo su arado cuerpo recorriéndole un escalofrío placentero… “ si ella supiese que me estoy duchando en agua tan caliente la daría un pasmo… seguramente me gritaría desde la puerta del baño –otra vez igual? Luego dices que te baja la tensión!-“ al recordarlo no pudo más que reír al recordar su cara enojada pero bella, siempre bella. Cuanto la quería.

Al salir de la ducha se fijo en las cortinas que cubrían la bañera. Eran de color ceniza con unas pequeñas flores bordadas en la parte superior en el mismo color. En la parte inferior se notaban los años que tenían, porque el color ceniza se convertía en un leve beige. Se acordó que cuando fueron a comprarlas discutieron. Él quería unas a cuadros rojos y verdes que iban perfectamente con las baldosas de la pared, pero ella… -como se me ocurriría discutir con ella, si la cabezona siempre se salía con la suya- dijo en voz alta mientras de nuevo se reía.

Comenzó a vestirse. Al terminar se acerco a la cómoda de la habitación. Allí guardaba unas gotas del perfume que más la gustaba a ella.

Sabía que tarde o temprano tendría la ocasión perfecta para usarlo. Cuando se lo ponía siempre le olía detenidamente. Acercaba su nariz al cuello de él y la rozaba sutilmente. Inspiraba suavemente y él sentía como se le erizaba el bello y una sensación sensual, erótica le recorría todo el cuerpo.

Se miró en el espejo de pié que tenía al lado de la cama… -perfecto, estoy perfecto- se dijo mientras se miraba de arriba abajo como si fuese a pasar una revisión militar.

Bajo al salón. Cogió unos folios, una pluma, el tabaco y un cenicero de encima de la mesita de fumador que había preparado minuciosamente la noche anterior. Se acercó al escritorio antiguo color caoba que tenía en la esquina, saco la silla y se sentó. Buscó el mechero de plata con sus iníciales en el cajón izquierdo. Ahí estaba… dentro de la caja de terciopelo azul. Encendió un ducados negro y comenzó a escribir…


"A mis niños:

Queridos hijos, nietos míos… he decidido que hoy es el día de partir. Vuestra madre y abuela lleva demasiados años esperándome y yo ya no logro dormir por las noches ni vivir los días porque la falta que ella me hace es aún más importante que el aire que respiro.

Sé que seguramente no me entenderéis, pero no me tachéis de cobarde por favor. Lo que hago es un acto de valor, no de terror.

Me voy feliz aunque no sepa bien lo que me encontraré, porque en mi mente y en mi alma tengo la seguridad de que ella me está esperando no sé si en el más allá, en el cielo o en el infierno… pero no hay peor infierno para mí que ver sus fotografías y no poder abrazarla, ver su ropa sin movimiento y no olerla cuando ando por casa.

Os echaré de menos, igual que ella os habrá echado en falta todos estos años. Pero he sido afortunado, mucho más que ella por haberos visto crecer, haceros hombres y mujeres… por haberos podido tocar, besar y abrazar siempre que he querido. Por levantar el teléfono, marcar unos números y oíros… lo que ella desde que se marcho, nunca ha tenido.

Sé que todo eso lo voy a perder, sé que al igual que ella se perdió los momentos y sensaciones pasadas, los nuevos momentos me los perderé pero estaré con ella para que eso lo podamos salvar estando juntos o no, aunque me voy con la completa certeza de que así será. Ahora me toca vivir lo que siempre he querido y necesitado, que es no estar sin ella.
No soy ningún cobarde… hay que tener mucho valor para hacer lo que yo hago. Tener el convencimiento de que me espera aunque no sea cierto… pero mi corazón y mi alma me gritan desde hace tiempo que me está esperando ansiosa por volver a rozar su cara con mi cara, darme ese beso en el cuello de todas las mañanas…

Soy feliz por saber lo que sois y de donde venís. Estoy tan orgulloso de todos vosotros que no hay palabras inventadas para describir las sensaciones que recorren mi cuerpo cada vez que pienso en cada uno de vosotros.

No os voy a pedir que no lloréis, no voy a pediros imposibles… pero si quiero mendigaros una cosa… pensar que en este momento, vuestra madre y yo estamos dando un paseo por las calles de Viena bajo el paraguas negro que tantos besos nuestros ha escondido.

Os quiero… Os amo como vosotros hijos míos os disteis cuenta que se ama a un hijo el día que nacieron mis nietos.

Acordaros de nosotros cada vez que caigan unas finas gotas de lluvia del cielo… será que vuestra madre y yo lloramos de alegría por ver lo bien que lo hicimos y lo felices que somos por estar de nuevo juntos. Esas delicadas gotas quedarán prendidas en las flores del parque donde os llevábamos cuando erais pequeños y donde lleváis ahora a vuestros hijos… desde las que os observaremos como disfrutáis viendo reír a nuestros nietos como nosotros lo hacíamos con vosotros mientras ibais creciendo.


Un abrazo,
Vuestro Padre y Abuelo.

Miércoles 15 de Abril de 2009."


Mientras terminaba de consumir el cigarro preparado la noche anterior que aún tenía en la mano un leve mareo debilito su brazo y el cigarro cayo minuciosamente sobre el cenicero. Doblo las hojas con cuidado, las besó y las metió en un sobre color verde esperanza que ya tenía preparado. Lo cogió y se levantó. A duras penas recorrió los pocos metros que habían desde el escritorio hasta la mecedora de su mujer, aún con su suave manta colgada del respaldo. Cogió la manta, se sentó y se la puso por las rodillas, tenía un poco de frio.

Comenzó a mecerse mientras tatareaba su canción… recogió sus brazos y los cruzo apoyando los codos en los reposabrazos y la carta en el corazón. La vista se le nublaba y comenzaba a entrarle sueño. Su mirada se cruzo con una fotografía de su mujer… esa en la que estaba con el pelo suelo, al viento… en la que le sonreía solo a él.

De repente vio como la imagen de su esposa salía del marco plateado que les habían regalado en su boda. Se acercó a él, le retiró la manta y le beso en los labios. El sobre verde esperanza cayó al suelo y él se levantó… la mecedora se movía sola por la inercia. Comenzaron a bailar abrazados… a tocarse sus caras labradas por el tiempo… sonreían y se miraban fijamente y mientras seguían bailando desaparecían en el tiempo mientras… el sobre verde esperanza brillaba y la mecedora seguía moviéndose bajo una sintonía insonora pero pletórica de alegría.

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