Verdades - Capítulo VI

Llegó a casa apresurado. Eran ya las cinco y no sabía a qué hora regresaría Marina a casa. Tenía que prepararlo todo.

Soltó las bolsas en el suelo de la cocina y comenzó a sacar la compra.

-Bien, tengo el queso y unas gambitas de aperitivo, el pollo para hacerlo al horno, unas patatas, algunas verduras, las especies necesarias, vino… no me gusta el vino pero no sé si la gustará a ella. El pan, postre… unas velitas… sí, esta todo.

Comenzó a sacar cacerolas, sartenes y a preparar la cena. El pollo salteado con pimienta, ajo, un poco de vino, aceite de oliva y algunas verduras. Las patatas cortadas en finas láminas las puso en una bandeja aliñadas con varias especias y lo metió también en el horno.

Un jugoso olor recorría la casa por completo. El aroma del pollo asado y las especias aromatizaban la casa trasportando su mente a rincones inhóspitos. Tenía ganas de que llegara la hora de la cena.

Subió a ducharse y cambiarse.

Entro en el baño y abrió el grifo del agua para que fuese calentándose. Las tuberías eran antiguas y le costaba. Miro la cortina.

-Creo que ya es hora de jubilarte… yo creo que tienes más años que la casa.

Salió a la habitación y rebuscó en una caja. Sacó unos pantalones verdes y una camisa blanca. Los sacudió y a pesar de tener alguna arruga creyó que valían perfectamente. Los extendió sobre la cama y sacó los zapatos de debajo de la cama.

-Perfecto. Dios, me parece como si fuese mi primera cita.- Pensó mientras reía-. Tengo el corazón a cien por hora y un nudo extraño en el estómago. Parece como si tuviese quince años. Que ganas tengo de verla.

Duchado y arreglado bajó a la cocina para ver cómo iba su pequeña creación. Se puso a poner la mesa.

Eran las siete y media y estaba todo listo. Oyó las llaves. Se sentó rápidamente en la silla de la mesa. Un sudor frio le recorría el cuerpo. Parecía que aquel instante era eterno. Unos segundos convertidos en horas que no hacían más que agonizarle en la espera y mentira que se inventaría para que su excusa sonase suficientemente coherente de porque no iban a donde fuese que tenían que ir.

La puerta se cerraba y Francisco no sabía dónde poner las manos. Tenía el regalo guardado en el bolsillo, pero si se levantaba a besarla ella pensaría que se alegraba de verla y aunque fuese así, no quería que su primera cita con la mujer que amaba tuviese esa connotación. Metió la mano en el bolsillo y sacó la bolsita de terciopelo tirándola en el sofá, a la vez que daba un traspié y del golpe sonaron los cubiertos de la mesa como si los hubiese tirado. Rápidamente se sentó y colocó las manos encima de la mesa.

-¿Hola? – Dijo Marina desde la puerta-.

-¡Hola! Estoy en el salón.

Marina giró y entró por el arco que dividía el pasillo del salón y encontró a Francisco sudoroso, nervioso.

-¿Y esto? – Comenzó a reír-.

-¡Sorpresa! Pensé que sería mejor quedarnos en casa, tranquilos… estrenando nuestra casa en nuestro tercer aniversario.

-¿Y has preparado todo esto tu solo?

-Claro… soy un hombre moderno. ¿Te gusta?

-Me encanta.

-Pues siéntate que empiezo a servir.

-¿Te he dicho hoy que te quiero?

-No. – Dijo completamente sonrojado.

-Te quiero.

Se levantó y se dirigió hacía ella.

-Ven, quítate la chaqueta y siéntate. – Retiró la silla para que se sentase, de pié junto a ella la cogió la mano-. Sé que lo que voy a decir no tendrá mucho sentido para ti… sólo escúchame y no digas nada. Hoy siento como si fuese la primera vez que te tengo en mi vida. Me siento como un chiquillo de quince años ante su primera cita, como si la chica más guapa e inteligente de la clase se hubiese fijado en mí sin saber por qué. Tengo la sensación de que siempre has estado conmigo como si fueses una parte de mí. Sí, ya sé que siempre lo has estado, lo sé.

Marina intentó decir unas palabras pero Francisco la tapó la boca con un dedo e hizo un gesto de silencio.

-No digas nada. Esta noche es solo tuya y mía. Sé que todo esto suena a romanticismo del barato imposible de salir de boca y acciones de un hombre pero es lo que siento y quiero hacer ahora mismo. Marina, yo también te quiero.

La acarició la mejilla y se dirigió a la cocina. Marina sentada en la silla no podía dejar de mirarlo mientras una inquieta lágrima caía por la mejilla que acaba de ser acariciada.

Francisco regresó con unos platos en la mano.

-¿Por qué lloras?

-Por que soy feliz.

Comenzaron a comer y a hablar. Reían mientras comentaban lo que habían hecho durante el día. Francisco no tenía más recuerdos con ella y siempre enfocaba la conversación al pasado que conocía junto a ella. Bebían y brindaban por un futuro juntos.

Al final de la cena se sentaron en el sofá, mientras ponían algo de música. Marina, al sentarse notó algo duro y de un salto se levantó.

-Francisco ¿Qué es esto?

-Es para ti, ábrelo.

Marina deshizo en nudo que hacía la cinta con delicadeza y abrió la bolsita.

-¿Una mariposa? Me encanta, gracias, pónmela.

Marina retiro el pelo que caía por su espalda dejando el cuello a la vista para que Francisco le pusiera el colgante. Lo pasó por delante de su cara y lo abrochó. Acerco su boca al cuello de Marina y comenzó a besarla. Subía sutilmente sus labios rozándola con los dedos las orejas. Ella arqueaba su espalda sumida por el placer de aquellos pequeños besos. Las manos de él comenzaron a bajar por sus hombros afianzándose hacia adelante para tocar sus pechos. Sus manos los acariciaban como su fuesen melocotones con ese tacto especial del terciopelo a través de su camisa. Ella subió los brazos hacia su cabeza presionándola hacía su cuello. Él, los bajó y comenzó a desabrochar su camisa bajándola por sus hombros metiendo sus matos por dentro del sujetador y apretando con fuerza dejando que sus pezones quedasen en el mismo centro de ellas.

Marina se dio la vuelta y beso con desesperación a Francisco. Ambos se sujetaban sus caras mientras se besaban para que sus lenguas no perdieran contacto en ningún momento. Sus lenguas ahogadas en la saliva de la pasión sucumbían al delirio de un beso eterno. Se entrelazaban como serpientes que luchan por ganar un poco de terreno en el oasis de un desierto.

Marina, de un tirón arrancó los botones de la camisa de él haciéndolos volar como si la bomba que estaba a punto de explotar estuviese haciendo apogeo de lo que allí iba a ocurrir. Montada encima de él comenzó a desabrocharle los pantalones mientras él la subía la falda encajada en sus redondas caderas.

Ella húmeda por la excitación dejaba un camino señalándole hacía donde tenía que ir a beber para calmar su sed. Él clavó su sed en ella agitándola mientras la cogía por la cintura. Marina se echó hacia atrás para sentirle aún más dentro mientras contoneaba sus caderas hacía delante y atrás como si cabalgase un caballo desbocado que necesitaba adiestramiento, con unos movimientos firmes y sutiles regidos por la desesperación de la sensación de infinito.

Los pechos de ella quedaban a la altura de la boca de él, permitiéndole saborear las gráciles montañas excitadas que se contoneaban al son de su provocación., dedicadas solo a él, ofreciéndole uno de los espectáculos más exuberantes y lujuriosos que había visto.

El movimiento pedía acelerarse y ambos sin haberlo programado ni estudiado comenzaron a moverse cada vez más rápido dando camino a una carrera de caballos con dos participantes y dos ganadores.

El movimiento cada vez más rítmico y voraz, los consumía trasportándoles entre olores y sabores hacía una explosión de convulsiones mientras ella sentía que él se vertía en ella dándola ahora de beber y él saciada ya su sed se escondía en su cueva sin poder más que gemir y suplicar clemencia a su devoradora de placer.

Abrazados como un nudo humano se tumbaron en el sofá y mirándose a los ojos se durmieron. Ella sobre el pecho de él, él rodeándola con sus manos por fin sabía que era dormir.

Regreso al pasado - Capítulo V

Miro hacia el escritorio y observo la carta lacrada y la llave.

En su cabeza mil pensamientos daban vueltas sin encontrar una coherencia entre ellas. Cuanto más pensaba menos entendía.

-No sé qué hacer… ¿tendré la misma enfermedad que el abuelo? Olvidar lo más importante en mi vida… y es que aunque solo recuerde haberla visto hoy… por primera vez, la sensación que tengo es de lejanía… cuando la he visto, cuando me ha besado… ha sido una la medicina que le dan al moribundo como última opción ante la muerte. No sabía que me sentía tan solo hasta que ha aparecido ella… bueno… ella ya estaba… creo… Debería ir al médico… Antonio la conoce… me ha hablado de ella como si la conociese de toda la vida… Marina… se llama como la abuela… entonces ¿desde cuándo nos conocemos? Debería llamar a los de las mudanzas a ver si es cierto lo de que faltan unas cajas con su ropa… sí, voy a llamar.

- Hola, soy Francisco Martínez. Les llamo porque parece ser que me faltan unas cajas de la mudanza que me hicieron ayer.

-Un momento por favor. Disculpe, pero no tenemos ningún Francisco Martínez.

-Pues les aseguro que me han hecho la mudanza ustedes.

-Dígame la dirección por favor.

-Avenida de La Esperanza 234.

-Sí, efectivamente le hemos hecho una mudanza pero la ficha está a nombre de Marina Baeza.

-Hmmmm… eso no puede ser porque recuerdo perfectamente cuando fui a contratarles y de hecho tengo aquí mismo la…- decía mientras abría el cajón del escritorio y sacaba la factura-disculpe, es cierto… está a nombre de Marina…

-No se preocupe un descuido lo tenemos cualquiera, dígame- dijo la recepcionista en tono sarcástico.

-Verá… parece ser que faltan unas cajas… - hablaba mientras casa vez se sentía más loco. Entonces al mirar la factura vio que en la factura había contratado el desplazamiento de 56 cajas, cuando el… lo que recordaba eran tan solo 32.

-Déjeme que haga unas verificaciones y le llamo por favor.

-De acuerdo gracias… es que faltan justo las cajas donde está la ropa de mi… de… de mi novia- y colgó el teléfono.

Con la factura en sus manos se dio cuenta de lo que realmente estaba sucediendo. La había borrado de su memoria de un día para otro tal y como le había pasado a su abuelo… pero no estaba dispuesto a pasar por todo lo que había pasado él… no sabía cómo pero nadie podía darse cuenta.

-Fotos… necesito fotos… así seguramente se me refresque algo la mente.

Se dirigió a la entrada de la casa, allí estaban la mayoría de las cajas apiladas. Comenzó a abrir las cajas una tras otra buscando algo que ni siquiera sabía si existiría hasta que al abrir una caja rotulada con la palabra “personal” encontró unas carpetas que parecía álbumes. Se sentó en la mecedora y con un gran suspiro lo abrió.

Comenzó a mirar las fotos. En todas ellas, al margen había algún comentario. Había fotos de ellos junto con familiares y amigos, solos… en sitios, lugares y circunstancia que él recordaba haber vivido… pero donde no la recordaba a ella.

19 de enero de 2007, nuestra primera excursión al campo. 14 de Marzo de 2007, viaje a Atenas. 27 de Marzo 2007, cena en nuestro restaurante favorito. -Comenzó a pasar las hojas del álbum rápidamente- 16 de Febrero de 2008, nuestro segundo aniversario. 23 de Abril de 2008, boda de Antonio y Mercedes, ¡Antonio está casado! Esto no lo recuerdo…

Un huracán de sentimientos le cubría por completo. No sabía si recurrir a su parte más retorcida y acabar con esto o como siempre había hecho ser coherente con las circunstancias y apechugar con lo que le venía encima.

Tenía una sensación rara. Sentado en el salón, mirando a través del ventanal no paraba de dibujar la cara de ella en su mente y sonreír a la vez que la imaginaba. Era extraño. Una vida vivida sin un recuerdo diario que al saber cierto su corazón latía con más fuerza, más energía.

Aún no sabía cómo hacer para recordar.

-Seguramente me vaya acordando poco a poco. Sé que ella me ayudará a hacerlo. Pero no puedo decir lo que me ocurre. No puedo terminar como el abuelo. Marina no puede notar nada. ¡Esta noche! Decía algo en su nota de esta noche… que no me olvide de lo de esta noche. ¿Qué día es hoy? 16 de febrero ¡nuestro aniversario! Tercer aniversario. ¿Cómo voy a recordar lo que teníamos planeado para hoy si no recuerdo nada?

Subió hacía la habitación y comenzó a vestirse.

-Prepararé una cena o algo así… ya veré que se me ocurre. Y un regalo… ¿Qué la regalo? No me acuerdo de ella como para saber sus gustos ¡Joder! No puede notar nada.

Terminó de vestirse, bajó a la cocina y tomó un sorbo del café ya frio.

-¡Ya sé que comprarla! – Pensó emocionado- El abuelo siempre decía que a la abuela la encantaban las mariposas… no sé… tal vez… conozco una joyería.

Salió de casa y se subió al coche mientras pensaba que a pesar de ser un loco era feliz. Le daba igual que no recordara, solo quería seguir sintiendo lo que sentía.

Llegó al centro y aparcó el coche justo en frente de la joyería. Entro y comenzó a mirar por las vitrinas.

-Disculpe ¿le puedo ayudar en algo? –Dijo el dependiente.

-Pues mire, sí. Quería algo para un regalo con forma de mariposa.

-Bien, tenemos varias cosas que seguramente le gusten. Mire, este broche es un valioso objeto de colección.

-No… tenía pensado algo más… no sé cómo explicarle.

-Espere… mire estos pendientes son exquisitos. Ni muy grandes ni muy pequeños. Ideales para cualquier ocasión.

-Quería algo especial, no importa el precio.

-De acuerdo, espere un segundo por favor, voy dentro. –Decía el dependiente mientras se giraba y se metía por una puerta negra de seguridad, no tardó mucho en volver- esta es una pieza fantástica y muy original, es un colgante con piedras de esmeralda. Cómo ve la luz verde que desprende es casi única y la forma de la mariposa casi hace parecer que es real.

-Me encanta, envuélvamelo por favor, me lo llevo.

-¿Está seguro? Cualquiera de las piezas anteriores sería un regalo perfecto.

-No, quiero este. Es como si ya lo hubiese visto antes.

-Desde luego tiene buen gusto.

El dependiente se afanó en el envoltorio poniéndolo en una bolsita de terciopelo negra y cerrándola con un lazo de seda roja.

Pagó, la cogió y se fue por la puerta de cristal dando las gracias al dependiente.

Nada más salir de la joyería el dependiente cogió el teléfono y llamó por teléfono.

-Hola, soy yo, ya se lo ha llevado.

-¿El de siempre?

-El de siempre… y mira que he intentado meterle otras cosas y nada. Es de ideas fijas.

-Genial, muchas gracias por tu discreción, como siempre.

-Sabes que es un placer.

-¿Algo nuevo o diferente?

-Que va, como siempre, igual de ilusionado y feliz. Ahora mismo le veo desde aquí, está montando en el coche.

-Gracias, nunca sabré como recompensarte.

-No te preocupes, esta es mi buena acción de todos los años.

Colgó el teléfono y sonrió.


Recordando el pasado - Capítulo IV

Mientras veía como ella subía la escalera un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. No comprendía bien la situación pero sabía que ella no podía marcharse de aquella casa. Pero… ¿Cómo había sucedido esto? ¿Por qué necesitaba tanto a alguien a quién no conocía? ¿Por qué sentía que la conocía de toda la vida? ¿Por qué era tan importante para él? ¿Por qué no podía vivir ya sin ella?

-¿Qué voy hacer cuando ella no encuentre su ropa?- se dijo.- ¿Pero qué digo? Me estoy volviendo loco… necesito echarme… pero esta sensación que tengo… - se decía mientras ponía un pie en las escaleras- No, no quiero subir… no quiero que esto termine… ¿y si ella no está? Estaría loco… y no quiero averiguar ninguna de las dos cosas… si ella no está… si me he vuelto loco… necesito echarme- Se acercó al sofá y se echó mientras en su mente dibujaba una y otra vez a aquella mujer que le sonreía- Sí… debo estar completamente loco.

Despertó sobresaltado, el teléfono sonaba.

-¿Si?

-Hola tu.

-Joder tío… empiezo a pensar que estoy completamente loco- decía mientras se levantaba e iba a la cocina- No te puedes imaginar la paranoia que he estado soñando- al ponerse frente a la nevera para abrirla vio una nota.- Espera…-

“No te he querido despertar… no he encontrado mi ropa, seguro que los de la mudanza la han perdido, ¿podrías llamarles?
Te quiero.
P.D.: No te olvides de lo de esta noche”

-Vale, no estoy loco… pero no entiendo nada-

-¿Qué pasa?
-¿Te acuerdas esta mañana cuando me dijiste que si había una tía en mi casa?

-¿Yo? Si es la primera vez que te llamo hoy.

-No me jodas… que hemos hablado dos veces. Mira… comienzo a cabrearme… una cosa es que una loca se me cuele en casa y otra muy diferente que resulte que el loco soy yo.

-¿Pero qué dices? Te he llamado porque Marina ha llamado a mi chica preocupada… que dice que estabas muy raro esta mañana y que te llamase… y comienzo a pensar que no estás nada bien.

-¿Marina? ¿Cómo que Marina? ¿Quién es Marina? Mira… vete a la mierda- Dijo y colgó el teléfono.

-Me va a estallar la cabeza… se llama Marina, Marina… y Antonio la conoce… y que tiene “chica”… ¿desde cuándo tiene chica? Y que yo estoy raro… cada vez entiendo menos… de hecho no entiendo nada. ¿Me abre vuelto loco de verdad? ¿Cómo no voy a recordarla?

Se acercó al escritorio y reparó en el agujero que había en su madera. –Ya no me acordaba de esto…- Metió la mano y saco varios papeles y una llave. Habían dos cartas… una color verde y otra blanca sellada con lacre aplastado con la llave.

-Verde, como no…- dijo mientras se dibujaba una sonrisa irónica en su cara- Imagino que esta será la primera que deba abrir… hay abuelo… -

Las manos le temblaban y un sudor frio le recorría la espalda. Aquella carta de papel tan verde le traía recuerdos a su mente que creía haber olvidado hacía tiempo pero al tener ese color delante de nuevo se dio cuenta que lo único que había hecho durante todos esos años era asimilar algo que le marco de por vida.

Tenía la sensación de que al abrir aquella carta nada iba a ser como siempre y que, sin saber cómo todo su mundo se desplomaría ante sus pies.

Cogió el sobre y lo acercó a su nariz –si abuelo, esto es tuyo…- Lo miro de nuevo… le parecía como si aquel sobre pesase una tonelada a pesar de su aspecto delicado. Lo abrió y de dentro cayeron unas hojas que enseguida recogió - ¿Y ahora que me espera abuelo?-.

Comenzó a leer.

“Dicen que todo es un cúmulo de casualidades. Que esta vida ya está planeada y según el individuo con un destino y unos pasos ya marcados. La gente se equivoca.
Yo he tenido la oportunidad de crear mis propios pasos y seguramente elegiré mi final cuando crea conveniente, o eso es lo que hasta el momento he podido comprobar.

Con tan solo 41 años que tengo, dos niños y viudo desde hace tan solo seis meses a veces me faltan las fuerzas, aunque cada vez tengo más claro que es por mi propio egoísmo.

He vivido lo más maravilloso que jamás nunca nadie podría imaginar… algo que ni en mis más profundos sueños podría haber imaginado y que ni en mis peores pesadillas pensé que podría haber soportado… es lo que tiene la mente y el corazón humano… que sorprende a la vez que asusta, que adoras a la vez que odias… que te falta a la vez que sobra.

Hoy hace 18 que ella apareció en mi vida… hoy la recuerdo como el primer día en el que la taché de loca cuando el loco era yo. ¿Cómo pude olvidarla? ¿Cómo pud
e olvidar todo nuestro pasado juntos?

Mi mente durante estos años me ha jugado muy malas pasadas. Después de mi “lapsus” mental tuve la gran tarea de recopilar datos… Nunca olvidaré los tres años que pasé en el psiquiátrico intentando recordarla… a ella… pues era lo único que mi mente pasada, mis recuerdos no querían traer a mi mente.


Nunca olvidaré los gritos de impotencia en aquella sala aislada, las lágrimas derramas que se evaporaron en ese suelo en el que ninguna fregona se atrevía si quiera pensar mancillar, en cómo dejaba mis uñas marcadas en aquella puerta de metal y cuando la veía a través de aquella pequeña ventana marcharse… cuando yo gritaba “esa es la loca no yo” como me miraba y lloraba… con auténtica desesperación.

Recuerdo las fotos que me enseñaba en las que yo estaba junto a ella, en infinitas ocasiones en miles de lugares diferentes. Las cartas que la escribí de mi puño y letra imposibles de falsificar. Y mi negación a lo evidente… a lo que sentía por ella… a lo que no encontraba explicación… Y es que no hay mayor locura que creer en la cordura.

Perdí tres maravillosos años por no entender que el que estaba mal era yo… perdí un tiempo que nunca volverá ahora que ella ya no está…

Se fue a la tumba sin poder confesarla… a ella, mi vida… que nunca recordé ese pasado que mi mente me robó. Que esos años que desee y sigo deseando recordar se esfumaron sin poder disfrutarlos en un futuro ahora solitario como recuerdos únicos. Jamás la revelé que nunca recordé cuando nos conocimos, ni cuando la vi por primera vez. Que averigüe cuales eran sus flores favoritas por casualidad y que supe que la encantaba la mermelada por como metía el dedo en el tarro todas las mañanas. Pero debía salir de allí. No podía por más tiempo ignorar mi debilidad… como logró enamorar de nuevo mi corazón olvidadizo viéndola tan solo una vez al mes durante aquellos largos años y como me esperó siempre… con sus ojos gritándome la palabra esperanza.

Marina mi vida… como te echo de menos y cuanto no recuerdo y cuanto recuerdo ya que es lo único que me queda de ti.”

-Pero… Marina… abuelo… Marina… no sabía nada de esto… Marina…- decía mientras miraba por el gran ventanal.

Ella - Capítulo III

Parecía que el sol hoy se iba a dejar ver.

La mañana había amanecido tranquila y las nubes se retiraban serenas movidas por una delicada brisa que movía los arboles del jardín dejando entrar por la ventana una melodía que le recordaba a la mar.

Se levantó y se preparó un café. Solo, cargado, como le gustaba despertar por las mañanas. Se echó tres cucharadas repletas de azúcar morena y se dirigió al ventanal del salón, el que daba al porche (la valla por fin estaba arreglada).

La casa del abuelo quedó bastante bien. Unos pocos arreglos en paredes, un acuchillado en el suelo y cambio de algunos muebles. Quién iba a decir que después de mantenerse la casa cerrada durante diez años iba a estar en tan buenas condiciones “como me alegro de que a mis padres les vencieran los recuerdos y no vendieran la casa”- pensó. Aún quedaban unas cajas por desempaquetar y algunas cosas por colocar de nuevo en su sitio.

Mientras saboreaba sorbo a sorbo el café, en el portátil que tenía encima del escritorio sonó el típico sonido de “mensaje nuevo”. Se acercó y se sentó apoyando la taza en la vieja madera, tapando con delicadeza la marca que dejó en ella el último cigarro de su abuelo.

Mientras leía, se dio cuenta que el portátil cojeaba de una de sus esquinas. Lo movió, pero aún así seguía cojeando. Cerro la tapa y lo aparto apoyándolo en el suelo. Pasó la mano por encima del escritorio y se dio cuenta de que una pequeña madera sobresalía. Intentó con unos débiles golpes que esa chata montaña se convirtiese de nuevo en meseta., pero en uno de esos golpes la madera salto y dejo ver un tímido hueco. Al fijarse en el, se dio cuenta de que las pequeñas maderas de alrededor también se levantaban. Ayudándose con la uña fue levantando una a una esas tablas. Ahora quedaba al descubierto un hueco en el que cabía perfectamente la mano. Veía algo, pero no lograba saber que era exactamente. Metió la mano y logro palpar algunos papeles y lo que parecía una llave. De repente sonó el teléfono y movido por una sensación de sorpresa sacó la mano rápidamente de aquel agujero clavándose varias astillas en los dedos.

-¿Si?

- Buenas mendrugo. ¿Qué, ya estas instalado?

-Joder tío, que susto me has dado. ¿Cómo tienes mi teléfono?

-Pues si que ibas borracho ayer… le diste t u teléfono a todo lo que llevaba faldas y en una de esas me lo diste por si tenía que rescatarte esta mañana.

-¿Rescatarme de qué?

-Te estás quedando conmigo.

-No me entero de nada.

-¿Pero tú has mirado en tu cama esta mañana?

-¿Pero de qué coño hablas? ¿Mirar en mi cama el qué?

-Ayer te fuiste en el coche de una morena… que si, estaba muy buena, pero yo no sé quién estaba más borracho de los dos.

-Tú te pinchas. No me acuerdo de nada de eso.

-Hazme el favor de buscar a la morena esa en tu casa, porque no creo que se haya ido… con la mierda que llevaba se tuvo que quedar inconsciente.

-A ver tío, que he estado en mi casa toda la noche y aquí no hay ni Dios. Además, si hubiese dormido con una morena, rubia, pelirroja o una calva me habría dado cuenta.

-Míralo coño.

-Pesado coño ¡Voy!- se dirigió a las escaleras- Estoy subiendo… un pie, otro pié… Por cierto ¿Te he dicho que la casa ha quedado fantástica? A ver… mi cuarto… ¡Joder, tío, tío, no hay nadie!

- ¡Vete a la mierda gilipollas!

-Jajajajaja. Que no hay ni dios, ya te lo dije.- en ese momento oyó una voz femenina desde el otro lado de la puerta del baño- ¡Oye! ¿Es que tu no te limpias el culo o qué? Tráeme papel anda.

-¡Te cuelgo tío, te cuelgo, que aquí hay una tía!- Salió corriendo escaleras abajo como un loco y entro a la cocina buscando en la despensa papel higiénico mientras no paraba de balbucear… Cogió el papel y salió disparado a la planta de arriba tropezando con las escaleras dándose en la espinilla -¡Joder! - Se levantó a duras penas agarrándose a la barandilla de la escalera y emprendió el camino hacia la habitación cojeando… Justo cuando llegó al resquicio de la puerta paró en seco al ver su reflejo en el espejo de la habitación. Estaba completamente despeinado, con una herida en la rodilla, en una mano aún llevaba el teléfono y en la otra un rollo de papel higiénico hecho un burullo. Resopló y se colocó el flequillo. Se acercó despacio hacia la puerta de el baño y llamo con cuidado.

- ¿Hola? Traigo el…

- ¡Ya era hora! Si tuvieses las cosas como hay que tenerlas no tendría que pedirte el papel casi todos los días, no sé la de veces que te habré dicho que pongas un rollo nuevo cuando termines el que haya puesto… pero claro… también te digo que levantes la tapa y no lo haces nunca… y que recojas los pelos después de afeitarte y que tapes el champú… pero claro…- era una voz dulce y aterciopelada la que le hablaba.-

- ¿Perdona?

- Bueno qué ¿Me vas a dar el papel o salgo yo a por él? Te advierto que no sería una bonita estampa en ese caso.

- ¿Qué pretendes que lo entre yo? Saca la mano y te lo doy.

- Cada día estas más tonto… entra coño.

- ¡Tú estás loca! Saca la mano.

- Dios mío de mi vida… dame anda – Abrió la puerta del baño lo suficiente para sacar la mano cogió el papel y cerró la puerta.- Oye, he estado buscando mi ropa y no hay nada ni en cajones, armarios ni nada, de nada ¿No lo habíamos sacado de las cajas?

-¿Qué?

-Pues eso… que si no habíamos sacado de las cajas toda la ropa… Porque no encuentro nada… ni las bragas… y después de lo que hicimos anoche… que parecía que te había poseído un toro en celo…

- Mira, me vas a perdonar pero me da la sensación de que te has escapado del psiquiátrico… así con o sin bragas en cuanto salgas de ahí ya te estás largando de mi casa.

-¿Pero se puede saber que te ha dado esta mañana? ¿Qué? La resaca te está afectando la mala leche que ya llevas por defecto… bromitas las justas y hazme el favor de sacar mi ropa de donde la hayas metido… voy a ducharme que llego tarde al trabajo.

-Mira estas empezando a tocarme los… - En ese momento el agua de la ducha empezó a caer y oyó como esa voz comenzó a entonar una canción que le era muy conocida pero que no reconocía. Por su boca comenzaron a salir todo tipo de improperios. Agarró el teléfono y llamo a su amigo, al que había colgado cuando descubrió que había una mujer en su casa.

-Soy yo.

-¿Qué, había o no había una tía en tu casa?

-Sí.

-¿Y?

- Pues que la tía esta está como una puta regadera… tal y como habla parece que estamos viviendo justos.

- ¿Pero qué dices?

-Pues eso… ¡Que sí esta harta de decirme que limpie los pelos del baño, que no cierro el champú, que donde está su ropa! Mira… si esto es una broma ya os habéis reído lo suficiente macho… hacedme el favor de llamarla y decirla que la broma ya se ha terminado… porque estoy a punto de llamar a la poli… ¡Coño! ¡Qué he tenido que subirla papel del pecho y pretendía que se lo metiese en el baño! Así que, muy bien…me la estáis haciendo pasar putas, ole por vosotros.

-Te juro que no es una broma… mira… no sé que la pasa a esa tía por la cabeza pero te juro que esto no es cosa nuestra… yo que tú llamaba a la poli, al psiquiátrico o lo que haga falta, pero que se la lleven de allí ya.

-Venga te cuelgo.

Marcó en el teléfono el 112 y comenzó a escuchar los tonos de llamada… justo en ese instante, la voz dulce y aterciopelada que le había cautivado hacía un rato se convirtió en la figura de una mujer envuelta en una sábana color verde esperanza que realzaba su pelo mojado la

rgo, oscuro y rizado. Bajaba por las escaleras mientras le sonreía y miraba como si él fuese el único hombre sobre la tierra. Despedía una energía y luz que le maravillaban y no pudo más que sonreír el también.

Ella se paró en el último escalón y alargó su mano llamándole. Colgó el teléfono y se acercó. Se miraron por unos instantes a los ojos y el comenzó a llorar. Acercaron sus labios y comenzaron a besarse. Él sentía los labios de ella como si siempre hubiesen estado pegados a su boca y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Sus bocas desesperadas por beber la una de la otra tiernamente llamaban a sus lenguas a un baile perfectamente sincronizado que no parecía tener fin… él no quería que tuviese fin. Sus manos aún asustadas se levantaron y no pudieron más que abrazarla mientras ella jugaba con su pelo. Ella se alejó y le miro…

-Buenos días cariño.-