Llegó a casa apresurado. Eran ya las cinco y no sabía a qué hora regresaría Marina a casa. Tenía que prepararlo todo.
Soltó las bolsas en el suelo de la cocina y comenzó a sacar la compra.
-Bien, tengo el queso y unas gambitas de aperitivo, el pollo para hacerlo al horno, unas patatas, algunas verduras, las especies necesarias, vino… no me gusta el vino pero no sé si la gustará a ella. El pan, postre… unas velitas… sí, esta todo.
Comenzó a sacar cacerolas, sartenes y a preparar la cena. El pollo salteado con pimienta, ajo, un poco de vino, aceite de oliva y algunas verduras. Las patatas cortadas en finas láminas las puso en una bandeja aliñadas con varias especias y lo metió también en el horno.
Un jugoso olor recorría la casa por completo. El aroma del pollo asado y las especias aromatizaban la casa trasportando su mente a rincones inhóspitos. Tenía ganas de que llegara la hora de la cena.
Subió a ducharse y cambiarse.
Entro en el baño y abrió el grifo del agua para que fuese calentándose. Las tuberías eran antiguas y le costaba. Miro la cortina.
-Creo que ya es hora de jubilarte… yo creo que tienes más años que la casa.
Salió a la habitación y rebuscó en una caja. Sacó unos pantalones verdes y una camisa blanca. Los sacudió y a pesar de tener alguna arruga creyó que valían perfectamente. Los extendió sobre la cama y sacó los zapatos de debajo de la cama.
-Perfecto. Dios, me parece como si fuese mi primera cita.- Pensó mientras reía-. Tengo el corazón a cien por hora y un nudo extraño en el estómago. Parece como si tuviese quince años. Que ganas tengo de verla.
Duchado y arreglado bajó a la cocina para ver cómo iba su pequeña creación. Se puso a poner la mesa.
Eran las siete y media y estaba todo listo. Oyó las llaves. Se sentó rápidamente en la silla de la mesa. Un sudor frio le recorría el cuerpo. Parecía que aquel instante era eterno. Unos segundos convertidos en horas que no hacían más que agonizarle en la espera y mentira que se inventaría para que su excusa sonase suficientemente coherente de porque no iban a donde fuese que tenían que ir.
La puerta se cerraba y Francisco no sabía dónde poner las manos. Tenía el regalo guardado en el bolsillo, pero si se levantaba a besarla ella pensaría que se alegraba de verla y aunque fuese así, no quería que su primera cita con la mujer que amaba tuviese esa connotación. Metió la mano en el bolsillo y sacó la bolsita de terciopelo tirándola en el sofá, a la vez que daba un traspié y del golpe sonaron los cubiertos de la mesa como si los hubiese tirado. Rápidamente se sentó y colocó las manos encima de la mesa.
-¿Hola? – Dijo Marina desde la puerta-.
-¡Hola! Estoy en el salón.
Marina giró y entró por el arco que dividía el pasillo del salón y encontró a Francisco sudoroso, nervioso.
-¿Y esto? – Comenzó a reír-.
-¡Sorpresa! Pensé que sería mejor quedarnos en casa, tranquilos… estrenando nuestra casa en nuestro tercer aniversario.
-¿Y has preparado todo esto tu solo?
-Claro… soy un hombre moderno. ¿Te gusta?
-Me encanta.
-Pues siéntate que empiezo a servir.
-¿Te he dicho hoy que te quiero?
-No. – Dijo completamente sonrojado.
-Te quiero.
Se levantó y se dirigió hacía ella.
-Ven, quítate la chaqueta y siéntate. – Retiró la silla para que se sentase, de pié junto a ella la cogió la mano-. Sé que lo que voy a decir no tendrá mucho sentido para ti… sólo escúchame y no digas nada. Hoy siento como si fuese la primera vez que te tengo en mi vida. Me siento como un chiquillo de quince años ante su primera cita, como si la chica más guapa e inteligente de la clase se hubiese fijado en mí sin saber por qué. Tengo la sensación de que siempre has estado conmigo como si fueses una parte de mí. Sí, ya sé que siempre lo has estado, lo sé.
Marina intentó decir unas palabras pero Francisco la tapó la boca con un dedo e hizo un gesto de silencio.
-No digas nada. Esta noche es solo tuya y mía. Sé que todo esto suena a romanticismo del barato imposible de salir de boca y acciones de un hombre pero es lo que siento y quiero hacer ahora mismo. Marina, yo también te quiero.
La acarició la mejilla y se dirigió a la cocina. Marina sentada en la silla no podía dejar de mirarlo mientras una inquieta lágrima caía por la mejilla que acaba de ser acariciada.
Francisco regresó con unos platos en la mano.
-¿Por qué lloras?
-Por que soy feliz.
Comenzaron a comer y a hablar. Reían mientras comentaban lo que habían hecho durante el día. Francisco no tenía más recuerdos con ella y siempre enfocaba la conversación al pasado que conocía junto a ella. Bebían y brindaban por un futuro juntos.
Al final de la cena se sentaron en el sofá, mientras ponían algo de música. Marina, al sentarse notó algo duro y de un salto se levantó.
-Francisco ¿Qué es esto?
-Es para ti, ábrelo.
Marina deshizo en nudo que hacía la cinta con delicadeza y abrió la bolsita.
-¿Una mariposa? Me encanta, gracias, pónmela.
Marina retiro el pelo que caía por su espalda dejando el cuello a la vista para que Francisco le pusiera el colgante. Lo pasó por delante de su cara y lo abrochó. Acerco su boca al cuello de Marina y comenzó a besarla. Subía sutilmente sus labios rozándola con los dedos las orejas. Ella arqueaba su espalda sumida por el placer de aquellos pequeños besos. Las manos de él comenzaron a bajar por sus hombros afianzándose hacia adelante para tocar sus pechos. Sus manos los acariciaban como su fuesen melocotones con ese tacto especial del terciopelo a través de su camisa. Ella subió los brazos hacia su cabeza presionándola hacía su cuello. Él, los bajó y comenzó a desabrochar su camisa bajándola por sus hombros metiendo sus matos por dentro del sujetador y apretando con fuerza dejando que sus pezones quedasen en el mismo centro de ellas.
Marina se dio la vuelta y beso con desesperación a Francisco. Ambos se sujetaban sus caras mientras se besaban para que sus lenguas no perdieran contacto en ningún momento. Sus lenguas ahogadas en la saliva de la pasión sucumbían al delirio de un beso eterno. Se entrelazaban como serpientes que luchan por ganar un poco de terreno en el oasis de un desierto.
Marina, de un tirón arrancó los botones de la camisa de él haciéndolos volar como si la bomba que estaba a punto de explotar estuviese haciendo apogeo de lo que allí iba a ocurrir. Montada encima de él comenzó a desabrocharle los pantalones mientras él la subía la falda encajada en sus redondas caderas.
Ella húmeda por la excitación dejaba un camino señalándole hacía donde tenía que ir a beber para calmar su sed. Él clavó su sed en ella agitándola mientras la cogía por la cintura. Marina se echó hacia atrás para sentirle aún más dentro mientras contoneaba sus caderas hacía delante y atrás como si cabalgase un caballo desbocado que necesitaba adiestramiento, con unos movimientos firmes y sutiles regidos por la desesperación de la sensación de infinito.
Los pechos de ella quedaban a la altura de la boca de él, permitiéndole saborear las gráciles montañas excitadas que se contoneaban al son de su provocación., dedicadas solo a él, ofreciéndole uno de los espectáculos más exuberantes y lujuriosos que había visto.
El movimiento pedía acelerarse y ambos sin haberlo programado ni estudiado comenzaron a moverse cada vez más rápido dando camino a una carrera de caballos con dos participantes y dos ganadores.
El movimiento cada vez más rítmico y voraz, los consumía trasportándoles entre olores y sabores hacía una explosión de convulsiones mientras ella sentía que él se vertía en ella dándola ahora de beber y él saciada ya su sed se escondía en su cueva sin poder más que gemir y suplicar clemencia a su devoradora de placer.
Abrazados como un nudo humano se tumbaron en el sofá y mirándose a los ojos se durmieron. Ella sobre el pecho de él, él rodeándola con sus manos por fin sabía que era dormir.